Parecía que no había nadie, pero aun así aquella luz permanecía prendida. No se percibía movimiento alguno, pero solo a simple vista, porque con solo dedicarle un par de minutos cualquiera se habría dado cuenta de que lo que ocurría allí, lo que ocurría detrás de la ventana del segundo departamento del cuarto piso del edificio enfrentado al mío, era algo que simplemente no se suele presenciar muy a menudo.
No sabía bien porque, pero cada tres minutos un hombre se asomaba por allí, y miraba sospechosamente cada una de las ventanas de mi edificio, excepto la mía.
Pasaron así varias horas, y empezó a asomarse con mayor frecuencia, tanta, que llegó al punto de quedarse allí parado, mirando a todos lados menos a mi ventana, hasta que lo hizo. Me miro por tan solo unos segundo, pero como si me conociera de toda la vida, y con una cara extraña, mezclada con alegría y locura, me apuntó con algo.
No pude reconocer que era, pero no importó, porque desde ese momento no pude ver nada más.
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